El futuro de las pensiones va a depender siempre de dos factores: la riqueza que seamos capaces de generar y las prioridades que tengamos a la hora de repartirla
La preocupación por el futuro de las pensiones no es algo novedoso, ya en 1983 era objeto de portada de los diarios con más tirada de la época.
Diez años más tarde de ese titular alarmista, ya en 1995, se creó el Pacto de Toledo con el objetivo fundamental de velar por la sostenibilidad del sistema. Es imprescindible buscar el equilibrio entre ingresos y gastos, para lo que hay que estar muy atentos a cómo evolucionan las diferentes variables de la ecuación y hacer las correcciones oportunas tendentes a garantizar su continuidad.
Se han publicado numerosos estudios que se centran en que los jubilados viven más años y, por lo tanto, tienen que trabajar más y/o disminuir la cuantía de la pensión. Se relaciona la pensión con la esperanza de vida al jubilarse, se habla de que la relación entre activos y jubilados va disminuyendo, lo que produce desequilibrios financieros, pero nada se dice del incremento tan enorme de la productividad por trabajador, de que con la mitad de mano de obra se produce el doble que hace unas décadas.
Parece claro que, en cualquier caso, el futuro de las pensiones va a depender siempre de dos factores: la riqueza que seamos capaces de generar y las prioridades que tengamos a la hora de repartirla. Dependerá de la importancia que demos a las políticas de protección social y dentro de estas, qué peso asignamos a sanidad, dependencia, pensiones, desempleo, Ingreso Mínimo Vital, atención a la infancia…
No obstante, hay que desconfiar de los proyectos o modelos matemáticos, por muy perfectos que parezcan, pues están afectados en mayor o menor medida por el principio de Cæteris paribus: Manteniéndose igual el resto de condiciones.
El ceteris paribus, socorrida muletilla de los economistas, permite aislar en el laboratorio teórico un par de variables, establecer su relación de causa-efecto y, en consecuencia, predecir el futuro. El ceteris paribus es un instrumento útil porque simplifica el análisis. Pero la realidad es compleja y no siempre admite simplificaciones, especialmente en el ámbito económico: es muy improbable que una variable sea efecto exclusivo de otra. El análisis por separado de cada efecto no tiene sentido, salvo para el debate político, porque los demás no permacecen constantes: muchas variables cambian al mismo tiempo.
Pero donde el ceteris paribus hace agua es en el medio y largo plazo, y el propio Keynes, poco inclinado a profetizar -«a largo plazo, todos muertos»-. Es de esperar que también se equivoquen los apocalípticos de las pensiones. Su planteamiento resulta impecable “si lo demás permanece igual”: un puñado de trabajadores de magros salarios no podrán pagar las generosas pensiones de 15 millones de jubilados, si la productividad y los salarios no crecen, el sueldo del hijo no soportará el peso de la pensión del padre, si aquellos 4,5 millones de inmigrantes que había en el 2007 no vuelven a ayudarnos, las empresas no tendrán mano de obra ni la Seguridad Social cotizantes suficientes, si el Estado no acude a apuntalar con impuestos las pensiones públicas, el edificio se vendrá abajo y el sistema está abocado a la quiebra.
Afortunadamente, el ceteris paribus en estado puro solo existe en el laboratorio teórico.
En el mundo real, nada permanece, todo se mueve.