PEDRO Y EL LOBO

 

Pedro fue un pastorcito que se pasaba todo el día sólo cuidando sus ovejas. Un día estaba aburrido y para divertirse un poco empezó a correr y gritar “‘¡Un looobo, auxilio!”. Las personas iban para ayudarle, pero él se reía de ellos. Lo hizo algunos días y dándose cuenta la gente de sus mentiras decidieron no creerle más. Pero, finalmente, cuando apareció un lobo real, Pedro gritó pidiendo ayuda pero la gente ya no le creyó y el lobo se comió a sus ovejas. Moraleja: no digas mentiras, porque el día que cuentes la verdad, nadie te creerá.

 

La RAE define la mentira como «expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa».

 

En política y en los medios de comunicación la mentira, además de un concepto, es un instrumento que, desde tiempo inmemorial, es utilizado con el mayor descaro. Y lo es porque, desgraciadamente, da buenos resultados.

 

Lenin dijo eso de que «la mentira es un arma revolucionaria» y tenía claro que, para hacer su revolución, para implantar la dictadura del proletariado, si había que mentir, se mentía.

Y Goebbels que «una mentira repetida muchas veces termina convertida en una gran verdad» y como ejemplo escandaloso sirvió como estrategia para ocultar a los propios alemanes las barbaridades cometidas contra los judíos, gitanos y eslavos.

 

En la política española de los últimos tiempos Sánchez ha tenido un protagonismo constante, y desde su aparición en la primera línea de la política, empezó a sorprender su extraña relación con la verdad. Recuérdese que ya, el 1 de octubre de 2016, cuando el Comité Federal de su partido quería someter a votación su postura del «no es no» que preconizaba para no investir a Rajoy, no le tembló el pulso para poner una urna detrás de una cortina para mentir falsificando el resultado.

 

Después, la cantidad de promesas que ha hecho para luego incumplirlas es tan grande que, una inmensa mayoría de españoles, con muchos socialistas entre ellos, le considera un mentiroso. La forma que ha tenido Sánchez de defenderse de la opinión extendida de que es un mentiroso ha sido la de calificar sus mentiras como cambios de posición, a los que se ha visto forzado por las circunstancias. Con esa excusa pretende presentarse como una persona honesta.

 

La lista de sus mentiras flagrantes es interminable y ya se la saben de memoria muchos españoles: que no indultaría a los golpistas catalanes, que no gobernaría con Podemos, que no derogaría la sedición, que no pactaría con Bildu, son algunas de las más trascendentales. Otegi, le ha dicho, con el descaro, la chulería y el cinismo del que sabe que las relaciones entre Bildu y Sánchez son más que coyunturales: «No le puedes decir a la gente: yo llevo cuatro años aprobando los presupuestos con Bildu, pero ahora no me gusta Bildu, porque no es creíble. ¿Cuándo dejamos de tomar a la gente por boba?».

 

Mentir está mal, pero cambiar de posición, sin permiso de los que le han elegido creyendo que defendía otra posición, está aún peor. Es de esperar que estas tropelías tengan su precio más pronto que tarde

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