Paro y pandemia van de la mano, y eso hace que el primer semestre vaya a ser especialmente significativo. España se la juega en medio del barullo político
Se trata, probablemente, del semestre más complejo y difícil para España desde los históricos Pactos de La Moncloa. Varias circunstancias han coincidido en el tiempo, y todas ellas de una importancia radical. Unas son de carácter general, como los problemas derivados de la distribución de las vacunas en Europa; pero otras propias de un país atribulado y a veces sin pulso, por la inutilidad de un Parlamento (a menudo pisoteado por el Ejecutivo) convertido en una caja de resonancia de proclamas electoralistas. Hay están, por ejemplo, la ya putrefacta “cuestión catalana” o los “pulsos internos“, repletos de malas formas, del actual des-Gobierno de coalición.
Y todo ello en un contexto macroeconómico lleno de incertidumbres que apunta con claridad en una dirección: una recuperación desigual que ensanchará la distancia entre países y entre personas. Y ya hay pocas dudas de que España, cuyo PIB cayó el año pasado más del doble que en las economías avanzadas (un 11% frente al 5%), estará en el furgón de cola. Lo ha dicho el propio FMI. El despliegue desigual de vacunas y los diferentes niveles de apoyo fiscal entre los países corren el riesgo de provocar una «GRAN DIVERGENCIA”
No es un castigo divino, sino más bien por un error de lectura del momento histórico que vive el país y que ya se manifestó en 2008 cuando Zapatero banalizó la intensidad de la crisis, escondiéndola, lo que abocó a la economía a una doble recesión que llevó la tasa de paro por encima del 25%, y que nos llevó al rescate europeo porque entonces, como hoy, el sistema político fue incapaz de construir un consenso básico.
Es evidente que todo dependerá de la evolución de la pandemia y del ritmo de distribución de las vacunas, pero será en este primer semestre cuando se verá la verdadera capacidad de reacción de España, y en particular del sistema político, de actuar al mismo tiempo en varias direcciones.
Es absurdo pensar que afrontar una cuestión de Estado como es cambiar el modelo productivo o atender las urgencias de una población agotada de tantas malas noticiasse puede hacer con una exigua mayoría parlamentaria. Esta es, en realidad, la cuestión de fondo: si un proyecto de país se puede materializar en medio de tanto barullo.
Se equivocará Sánchez si cree que puede conducir al país en solitario como si se tratara del salvador de la patria. España, con un patrón de crecimiento claramente sesgado a actividades relacionadas con la movilidad, como son el turismo, la hostelería, el comercio o el automóvil, afronta tras el primer semestre del año los meses más duros. Dos semanas santas y dos veranos seguidos con una brutal caída de la demanda para miles y miles de pymes con escasa capacidad de ahorro son periodos demasiado largos para creer que no habrá una respuesta social. Ni, por supuesto, política. Y nada hace pensar que será en la buena dirección.
En el mejor de los casos, las inyecciones de liquidez que traerán los fondos europeos —demasiado lentos y complicados— no comenzarán a traducirse en políticas concretas hasta bien entrado el segundo semestre de este año, y salvo aquellos proyectos intensivos en creación de empleo, que no serán la mayoría, sus efectos son a medio y largo plazo, como es avanzar en la digitalización o en la lucha contra el cambio climático.
Lo urgente, sin embargo, no espera. Y de ahí que haya razones para pensar que en medio de un clima político que no favorece el acuerdo, ni siquiera para luchar contra la pandemia, se puedan hacer políticas de Estado que modelen el perfil del país que se quiere.
Alguna vez habrá que reflexionar sobre las razones que explican que España, entre las grandes economías, haya sido el país más golpeado en las dos últimas crisis.
