Existe una realidad: la de una generación, los nacidos en los setenta, que nunca ha pensado en su jubilación y que sigue sin pensar en ello. Que con más de cuarenta, rozando incluso los cincuenta, siguen sintiéndose jóvenes, eternamente jóvenes, ridículamente jóvenes, y creen muy lejano el horizonte de la jubilación. Peor aún: creen que nunca va a llegar.
Han crecido escuchando las trompetas del apocalipsis del sistema de pensiones: cada poco se recordaba que el sistema es insostenible, y una y otra vez había que reformarlo, retrasando la edad de retiro y ampliando los años cotizados, alejando siempre un poco más ese futuro.
De crisis en crisis (y esa generación ha conocido ya varias), con la precariedad mordiéndoles los tobillos y susurrándoles al oído en las noches de mal dormir, de alguna manera han dado ya por perdida su pensión y se han olvidado de ella. Han asumido que cuando les llegase la edad ya no quedaría gran cosa. Migajas. Caridad. Nada. Se han vuelto punkis de la jubilación: no future.
Tampoco se han hecho un plan privado de pensiones, ni han comprado un cerdito de barro para ir atesorando moneditas. Simplemente se han olvidado del asunto. No va con ellos pues siempre van a ser jóvenes, solo tienen que compararse con las fotos de sus padres a la misma edad. Creen que serán jóvenes de cuarenta, jóvenes de cincuenta, jóvenes de sesenta, y hasta ahí llega su imaginación. ¿Quiénes de ellos se puede imaginar a sí mismo sentado en un parque en horario laboral -salvo estando en paro-, apoyado tópicamente en la valla de una obra, recogiendo nietos del colegio y cobrando cada primero de mes una pensión por no hacer nada?
No, esa generación no ha pensado en su jubilación. Los que sean funcionarios, tal vez. El resto, bastante tiene con seguir trabajando, que no cambie el viento, sortear la precariedad, no perder pie en el alambre. Por no hablar de los autónomos pues la mayoría cotiza por la mínima, en muchos casos porque no pueden permitirse una mayor, pero a veces también la mantienen cuando podrían aumentarla. No piensan que un día se jubilarán y su pensión se verá drásticamente menguada por tantos años de cotizar el mínimo. No piensan que un día se jubilarán, y punto.
Además muchos tienen hijos y tampoco piensan en que un día serán ellos los jubilados que tengan que ofrecer a sus hijos el mismo colchón, el mismo préstamo, la misma entrada para la casa, el mismo aval para el alquiler, el mismo regalo de boda, la misma ayuda para llegar a final de mes que sus jubiladas madres y padres les han prestado tantas veces. No quiero deprimirles, pero es preciso que piensen en ello un ratito.
Si esto le pasa a esa generación, no digamos quienes vienen detrás. Los de verdad jóvenes. Treintañeros que no han conocido otra cosa que crisis y precariedad desde 2008. Nostálgicos del mundo de ayer, el de sus padres, idealizados en lo económico y laboral. Veinteañeros que ni siquiera han empezado a trabajar, nativos precarios, vestidos con una camiseta pop con el lema de “la generación que vivirá peor que sus padres”.
Pues sí, jóvenes (los de verdad y los que se siguen creyendo jóvenes): que sepáis que todos nos jubilaremos. También tú. Sí, tú. Llegará el día. Y más les vale preocuparse por ello. Más les vale no desentenderse, por ejemplo, de la actual reforma del sistema de pensiones, esa que puede ampliar otra vez el período de cálculo hasta los treinta años. Que no está claro si esa ampliación les beneficia -como dice el ministro- o les perjudica -como dicen Unidas Podemos y los sindicatos-; pero en cualquier caso serán ellos los beneficiados o perjudicados. Más les vale atender, informarse, protestar cuando haga falta, defender sus derechos. Sí, los suyos, los de los jóvenes (los de verdad o los que aún se creen serlo). Porque esta reforma, como las anteriores y las que vengan después, no son para los ya jubilados -que por cierto ya pelearon y pelean por lo suyo, ya pueden aprender de su lucha-, sino para los pensionistas del futuro.
Que sí, que vale, que seguirán creyendo ser jóvenes con setenta años. Jóvenes y precarios. Jóvenes y pensionistas precarios, como no se espabilen.
Fuente: El Diario