El estudio ‘Presente y futuro de la juventud española’, publicada por la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, además de la Encuesta de Condiciones de Vida del INE, dibuja un panorama desolador para los españoles entre 16 y 29 años
Los jóvenes españoles, por muchas soflamas que nos quieran vender desde las instituciones del Gobierno, siguen siendo el colectivo más desfavorecido de toda la pirámide poblacional en nuestro país. Hace unos meses, contamos en Vozpópuli que España era el país de la OCDE con menos poder adquisitivo, muy lejos de naciones como Francia e Italia, prácticamente vecinas en el tablero geográfico.
Esto, dicho así, es difícil de asimilar, pero si nos paramos a analizar qué grupo resulta más perjudicado de la pésima situación económica que atraviesa España, es aún peor. El INE cuenta con decenas de indicadores que dibujan el panorama de los españoles. Uno de los más esclarecedores es la renta anual neta media por persona y unidad de consumo de los hogares.
En ella, si miramos el periodo que va desde 2008 a 2022, la franja de edad que más poder adquisitivo ha perdido en los últimos tres lustros es la que va desde los 16 a los 29 años de edad. Su poder adquisitivo ha decaído un 11,2%. Los bajos salarios, el caro nivel de vida, la brutal inflación y la falta de estabilidad sigue empujando a los más jóvenes a ver sus esperanzas de prosperar muy reducidas.
Los jóvenes viven peor que el resto
En un país serio, o al menos que se respete a sí mismo, atajar la paupérrima situación de los jóvenes debería ser una prioridad nacional. A tenor de las últimas medidas y pactos políticos en España, esto está lejos de ocupar la primera plana. En los últimos días, hemos conocido el resultado de un estudio titulado ‘Presente y futuro de la juventud española’, desarrollado por la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas.
Desde ambas instituciones han vuelto a poner el foco en la renta por unidad de consumo y la Encuesta de Condiciones de Vida del INE. Del primer indicador, el análisis dicta que los jóvenes entre 16 y 29 años, principales sustentadores de la renta por unidad de consumo, poseen una renta un 15 por ciento inferior a la media del país.
Además, observando la citada Encuesta de Condiciones de Vida, el 53,2% de los jóvenes de esa franja tienen serias dificultades para llegar a final de mes, 5,4 puntos porcentuales por encima del promedio de la población.
No importa la formación ni los estudios que los jóvenes hayan cursado a lo largo de su vida, les sigue resultando muy difícil ganarse la vida y vivir dignamente. La mitad de las personas entre 25 y 29 años posee estudios superiores, universitarios o de formación profesional superior, cuatro veces más que en 1980.
El estudio apunta que, aunque los jóvenes españoles entre los 16 y los 29 años tienen rasgos generacionales comunes, los factores socioeconómicos de origen y, «muy especialmente», la formación alcanzada, marcan diferencias entre los mismos en sus posibilidades de inserción laboral.
A grandes rasgos, las personas jóvenes están más expuestas a los vaivenes del ciclo económico y la calidad media de sus ocupaciones es peor. Dentro del informe se habla de cuatro perfiles diferentes de jóvenes, diferenciados por su situación personal y las oportunidades de las que disfrutan.
Existen un millón de ‘ninis’, aquellos jóvenes que no estudian ni trabajan, el cual componen el 14% del grueso de este grupo. En las antípodas tenemos a los que han contado con un entorno familiar o escolar favorable, han alcanzado estudios universitarios y disfrutan de trabajos cualificados, contratos estables y salarios elevados.
Sueldos un 35% inferiores
Pese a que el estudio profundiza bastante en muchos aspectos socioeconómicos de los jóvenes, tratando de dar una explicación veraz y constatada del porqué están cómo están en pleno 2024, vamos a destacar un apartado más que es muy significativo. El 25,4% de jóvenes trabaja con contratos a tiempo parcial, 12 puntos por encima de la media del conjunto de la población, y la tasa de temporalidad de la juventud ocupada también dobla el promedio.
No solo eso, es que los salarios de los jóvenes de entre 16 y 29 años son un 35% inferiores a la media y el progreso de sus ingresos a lo largo de la vida laboral está siendo más lento. Mientras las cohortes anteriores alcanzaban una base de cotización similar a la media antes de los 27 años, actualmente, los adultos jóvenes a los 34 años todavía no la han alcanzado.
En torno a esos promedios existen diferencias. Los jóvenes menos formados tienen menos posibilidades de conseguir buenos empleos y progresar, tanto en estabilidad laboral como en salario, y las mayores ventajas las consiguen los que tienen estudios superiores.
Los jóvenes que decidieron cursar grados superiores de Formación Profesional, logran salarios medios un 11,3% mayores que los jóvenes con sólo hasta educación obligatoria y los universitarios consiguen empleos un 33,8% mejor remunerados.
Parte de las ventajas salariales de los jóvenes más cualificados se derivan de su preparación para ocupar puestos de trabajo que requieren conocimientos avanzados en competencias que los mayores no pudieron adquirir. Gracias a ello, en el empleo joven de 25 a 29 años pesan más los puestos más cualificados (38,7%) que en el conjunto de los ocupados (35,6%).
Como ven, la pandemia de pobreza e inestabilidad que viven los jóvenes en España es apabullante, y no tiene pinta de que a corto o medio plazo vayan a tener ninguna solución para poder salir del pozo. Es más, el poder adquisitivo de los españoles citados entre 16 y 29 años va a ir a menos, llegando a situaciones impensables hace unas décadas, cuando los padres de estas mismas personas tuvieron que afrontar la edad adulta. Una España peor que hace tres décadas.
Fuente: vozpopuli Los jóvenes, más pobres que nunca: la mitad no llega a final de mes y ganan un 35% menos que el resto de España (vozpopuli.com)
ENLACE AL INFORME
DE_2023_presente-y-futuro-de-la-juventud-en-espana.pdf (fbbva.es)
Conclusiones del informe
Los jóvenes actuales empiezan a ser activos más tarde porque prefieren formarse, tienen dificultades para insertarse en el mercado de trabajo y encontrar un empleo (mayor pérdida de peso en el total de ocupados que en los activos), presentan elevadas tasas de desempleo (el peso de los jóvenes en la población parada es el doble que en la ocupada), se encuentran más expuestos a los vaivenes del ciclo económico y la calidad de sus ocupaciones es sustancialmente mejorable.
La precariedad que padecen al incorporarse al mercado de trabajo se reduce con la edad y entre los que tienen estudios superiores, pero puede persistir y convertirse en una característica duradera, sobre todo para mujeres, para los ocupados en la construcción y la hostelería, y las personas que entran en el mercado laboral a edades tempranas y con bajos niveles de estudios. Si no se escapa de ella pronto, la precariedad puede perpetuarse y dejar una cicatriz que acompañará al joven a lo largo de su vida laboral (Gorjón et al. 2021).
Los datos del salario anual medio por intervalos de edad son un reflejo de la debilidad de la posición de los jóvenes en el mercado de trabajo anteriormente analizada, caracterizada por su mayor tasa de paro, mayor porcentaje de trabajo a tiempo parcial y contratos temporales y más subempleo, y su deseo de trabajar más horas de las realizadas. Otros rasgos de la inserción laboral de los jóvenes son el peso en las ocupaciones relacionadas con el comercio, la hostelería y la restauración, sectores caracterizados por la abundancia de puestos de trabajo no cualificados. La falta de estabilidad laboral puede provocar una menor inversión en la formación de los jóvenes por parte de las empresas por el elevado grado de rotación. Pese a las debilidades señaladas, la mejora en los niveles educativos ha ido acompañada de una creciente importancia de las ocupaciones cualificadas entre los jóvenes. Pero la mayoría de ellos inician su vida laboral con contratos de prácticas y en una categoría salarial inferior a la que correspondería a su formación, incluso los que tienen estudios superiores. No obstante, el ajuste entre formación y ocupación y el salario medio anual aumenta conforme presente y futuro de la juventud española avanza la inserción laboral, como reflejan los intervalos de edad analizados, creciendo el porcentaje de contratos indefinidos con la experiencia laboral y la antigüedad en el puesto de trabajo.
Las personas que acumulan mayor capital humano son más capaces de desempeñar ocupaciones más cualificadas, y como se adquiere con la formación y la experiencia en el puesto de trabajo, los adultos tienen mayores probabilidades de ocupar estos puestos. Pero esta diferencia con los jóvenes se ha ido reduciendo, y una de las explicaciones puede ser la irrupción de las nuevas tecnologías, que requieren conocimientos y habilidades en los que las generaciones más recientes presentan ventajas.
La situación laboral y la distribución salarial muestran que, dentro de los jóvenes, hay heterogeneidad por subgrupos de edad, por nivel de estudios, sobre todo en el caso de los que poseen estudios superiores —estas diferencias son mayores en momentos de recesión—, por sector de actividad y por tipo de ocupación.
Comparando los ingresos salariales medios se observa que los jóvenes actuales están en peor situación respecto a los adultos que los de generaciones anteriores: mientras los nacidos en 1955 alcanzaron la base de cotización similar a la media a los 27 años, los nacidos en 1985 todavía no la habían alcanzado a los 34 años. Existen importantes diferencias salariales por sexo, en parte reflejo de las tasas de parcialidad que se presentan con mayores porcentajes entre mujeres, manteniéndose estas diferencias en las tasas de parcialidad involuntaria.
Los salarios de las mujeres son inferiores a los de los hombres también entre los jóvenes, aunque la brecha salarial sea menor que en el resto de grupos de edad. Además de la heterogeneidad laboral entre los jóvenes debida a los diferentes niveles de estudio, dentro de un mismo nivel educativo también hay diferencias. En el caso de los titulados universitarios, las tasas de afiliación difieren hasta 40 puntos por campos de estudio. Las características individuales y del entorno pueden influir en la heterogeneidad dentro de un mismo grupo con similares características, además del potencial y las capacidades que muestren los individuos en el puesto de trabajo, que varían mucho aunque se haya alcanzado el mismo nivel de estudios.