La clave está en el tipo de empleo se creó en el último trimestre
La recuperación tras la pandemia rompió durante más de dos años con la maldición de la economía española, de que la productividad solo crece, cuando hay grandes recortes de empleo. El indicador de la productividad tiene que ver con aspectos cualitativos de la economía, como la creación de puestos de trabajo de calidad y salarios más elevados, dentro de una economía equilibrada. En el segundo trimestre del año, la productividad volvió a tasas negativas al caer un 1,1% y a encajar en el paradigma de que se genera mucho empleo, pero de escasa productividad, asociado a puestos de trabajos de baja calidad.
La economía española arrastra un problema de productividad desde hace décadas. No hay manera de que crezca sin que haya una destrucción empleo. España no encuentra la manera de hacer que crezcan las dos variables a la vez. Hasta el punto de que la economía española, bajo el prisma de la productividad, es un rara avis dentro de las economías desarrolladas. La productividad española es genuinamente contra cíclica. Solo aumenta cuando hay crisis. En el resto del mundo funciona al revés. Pero la recuperación después la pandemia provocó una situación inesperada para economía española.
Desde finales de 2021, la productividad repuntaba con fuerza, en un contexto de recuperación del PIB y de fuerte creación de empleo. Pero esta enorme anomalía se ha frenado en el segundo trimestre y es una muy mala noticia para la economía española. “Uno de los grandes problemas de la economía española es la caída de la productividad, que a su vez explica el retroceso en PIB per cápita -riqueza por persona de un país-, que es un indicador muy importante para la sociedad”, explica Gregorio Izquierdo, director general del IEE. “La menor renta implica una reducción de la inversión empresarial que, a su vez, provoca una reducción de la productividad a corto plazo que resta crecimiento potencial a medio y largo plazo”, señala el economista. La productividad crece moderadamente desde la crisis financiera, como así lo hace la riqueza por habitante –en términos de PIB per cápita–, que se aleja del perseguido objetivo europeo que llegó a rozar a comienzos de siglo.
Una de las explicaciones más básicas que explicarían la caída de la productividad durante el segundo trimestre tiene que ver, esencialmente, con el tipo de empleo generado. Mayoritariamente, ha sido del sector servicios, cuya productividad por hora trabajada se sitúa en la horquilla de 45 euros a 60 euros. Según la Contabilidad Nacional, el sector servicios generó 215.000 puestos de trabajo a tiempo completo. La industria apenas generó 5.000 empleos. La productividad ha terminado hundida a territorio negativo en tasas anuales por el enorme peso que arrastra la campaña de verano en la hostelería. La EPA registra más de 270.000 empleos que tienen un alto componente de temporalidad y parcialidad. Características que van asociadas a la baja productividad.
Ana Cristina Mingorance-Arnaiz, de la Universidad CEU San pablo, y Rafael Pampillón Olmedo, de la misma institución académica y del IE Business School, pone el foco en el tejido productivo español y señala el problema, en un reciente estudio. Sintetizando, España centra sus esfuerzos en el sector servicios, mientras la manufactura parte en desventaja. Según explican, esta falta de desarrollo conlleva remuneraciones menores que en conjunto del euro “lo que nos convierte en un país poco atractivo para los trabajadores de alto impacto”.
¿Cómo afecta a los salarios?
Por el contrario, la destrucción de puestos de trabajo de la industria ha generado inquietud entre el lobby empresarial. Y también influye en el indicador que centra esta explicación, ya que el valor añadido arranca en casi 120 euros la hora para los puestos industriales con cualificación media-baja, y llega hasta los 195 euros la hora en los puestos más tecnológicos.
En la productividad del conjunto de la economía está una de las grandes claves de los salarios en España. Los autores destacan que la baja productividad lleva a las empresas a actuar en dos direcciones, “o bien aumentan los precios de venta de los productos para recuperar beneficios, o bien contienen el crecimiento de los salarios de los trabajadores”. Si suben precios, la venta en el exterior es menos competitiva; si contienen salarios, pierde atracción para el trabajador.
Pero el misterio de la productividad se encuentra en el anterior trimestre y el pasado año, cuando la tasa de productividad creció a ritmo insólitos, de hace una década, en plena Gran Recesión para la economía española. Más en concreto, se encuentra en cómo la economía española basó la recuperación en las exportaciones de servicios turísticos. Los economistas del Banco de España César Martín y Coral García destacaban, en un reciente informe, el crecimiento acumulado por las exportaciones reales de servicios no turísticos entre 2020 y 2022 ascendió prácticamente al 50%, de manera que, en 2022, estas se situaron cerca de un 20% por encima del nivel de 2019.
El crecimiento de servicios se ha apoyado, principalmente, “en los servicios empresariales, de transporte y tecnológicos, dirigidos, sobre todo, al área del euro y a América del Norte”. Hasta marzo, la economía española se había convertido en una maquina exportadora. “En algunos casos de elevado valor añadido, como la I+D, servicios de ingeniería, asesoría legal, asesoría comercial y marketing”, explicaba el Banco de España, lo que tiene ver con un impacto positivo en la productividad.
Mingorance-Arnaiz y Pampillón Olmedo pone el foco en el tejido productivo español y señala el problema. Sintetizando, España centra sus esfuerzos en el sector servicios, mientras la manufactura parte en desventaja. Según explican, esta falta de desarrollo conlleva remuneraciones menores que en conjunto del euro “lo que nos convierte en un país poco atractivo para los trabajadores de alto impacto”.
Otra de las claves de la caída de la productividad (-0,9% en la tasa intertrimestral), dentro de la complejidad del análisis de este indicador, está en el frenazo del comercio exterior en el segundo trimestre. En términos trimestrales, las exportaciones han pasado crecer un 5,6% a caer un 4,1%. Pero el parón se ha notado en las exportaciones de servicios no turísticos. Entre enero y marzo crecieron un 21%, la evolución se ha frenado en seco hasta junio. El sector exterior en los dos últimos años ha perturbado la lógica española de que la productividad camina en sentido inverso al empleo.
El indicador clave para la economía ha variado mientras el empleo ha crecido a mayor ritmo que el PIB, lo que no favorece a la productividad. La evolución en el segundo trimestre supone un baño de realidad para esta ratio, al final la fórmula mágica es el PIB entre horas trabajadas: la actividad sube un 0,4%, mientras las horas trabajadas lo hacen un 1,3%. El empleo y la actividad caminan en sentido inverso. La mejora de los ocupados choca con la moderación del PIB y, además, resulta que los trabajadores ocupados están creciendo a un mayor ritmo que las horas trabajadas. Por tanto son menos productivos.
Por esta comparativa se puede deducir en que el empeoramiento de indicadores como la cifra de negocios empresarial que publica el INE se puede traducir en una menor productividad por puesto equivalente a tiempo completo. La realidad es que, en este arranque de año y especialmente en enero (-1,7%) y abril (-2,6%) las ventas de las empresas empeoran respecto al mes previo. Y a menor facturación, menos productivo es un trabajador.
Bajo esta lógica, la normalización de la productividad se explica porque la actividad empresarial cae más que el empleo. En este punto, expertos consultados señalan que el trabajo podría tener un posible efecto retardado frente a la actividad: pese a que de media las ventas funcionan peor y las firmas deben ajustar, por tanto, sus costes a una menor facturación, las sociedades mantienen su plantilla, aunque baje la productividad por puesto. Esta explicación supone que hay un cierto margen entre la caída de la actividad y la destrucción de empleo.
Un problema extendido
Aunque el comportamiento de la productividad es muy particular en España, el resto de Europa y EEUU comparte el problema, con nuestro país, de que cada vez tiende a la baja. Desde la década de los sesenta, en la mayoría de las potencias económicas, el indicador está sufriendo una marcada desaceleración. En una amplia investigación de las economistas del BCE Paloma López-García y Bela Szörfi apuntaban a que en los años cuarenta y cincuenta las grandes economías europeas vieron como mejoraba su productividad gracias, al último gran empujón tecnológico. Luego se produce un punto de inflexión generalizado. Las expertas creen la productividad se ha convertido en un “rompecabezas o incluso en una paradoja”.
El análisis de las autoras sobre productividad incluye la variable del factor trabajo. En este punto las innovaciones productivas y tecnológicas juegan un papel fundamental. “Hay tecnopesimistas que argumentan que las nuevas tecnologías son simplemente menos revolucionarias que en el pasado, en particular en comparación con las inducidas por la segunda revolución industrial”, subrayan. Lo que viene a decir es que Internet o la computación no ha tenido el mismo efecto multiplicador en las economías productivas que el teléfono, el ferrocarril o el uso de gas, petróleo y electricidad.
El futuro de la productividad pasa por muchos factores: por la estructura productividad, por el tamaño de las empresas, por el tipo de inversiones, pero, sobre todo, por el posible impacto multiplicador que puede tener la tecnología. Y aquí los fondos Next Generation tienen un papel crucial a largo plazo, por el dinero que va a estar destinado a la digitalización de las compañías. “El potencial de las tecnologías de la información y la comunicación y otras nuevas tecnologías se puede desarrollar en las próximas décadas”, apuntan las economistas del BCE. Y añaden: “Es posible que aún no hayamos visto todos los beneficios de las nuevas tecnologías porque aún están en desarrollo y porque se necesita tiempo para que las nuevas tecnologías se difundan, para que las empresas y los trabajadores se adapten, y para que se realicen inversiones complementarias”.
Fuente: El Economista La maldición de la productividad atrapa de nuevo a la economía: se hunde en mitad de una creación de empleo récord (eleconomista.es)