Unos dos mil desempleados fueron escogidos al azar por el estado finlandés para recibir durante dos años una paga mensual de 560 euros. La idea consistía en que este ingreso básico universal proporcionaría un colchón estable de seguridad e impulsaría la innovación, la creatividad y el bienestar personal, además de ayudar a los desempleados a encontrar trabajo temporal.
Además, la ayuda que recibirían estos finlandeses durante dos años se sumaba a cualquier otra ayuda estatal, e incluso a cualquier salario que obtuviesen si encontraban un puesto de trabajo.
En realidad, no era un experimento económico. Era un experimento social: ¿necesitamos los seres humanos estar ansiosos para estimularnos? El debate que se libró en los medios de comunicación hace dos años fue muy interesante: por un lado, los que pensaban que un salario básico significaba respetar la dignidad del ser humano, y humanizar las cuentas del capitalismo, donde muchos tienen poco, y pocos tienen mucho. En suma, garantizar la felicidad de los nuevos desposeídos.
Pero para otros, significaba dar la sopa boba a la gente, lo cual desembocaría en crear un grupo de vagos sin ganas de salir a buscar empleo. Heikki Hiilamo, un profesor de Política Social de la Universidad de Helsinki, afirmaba hace meses a ‘The New York Times’: “Se teme que el ingreso básico provoque que [los jóvenes en paro] se queden en casa jugando en la computadora”.
Al final, el gobierno finlandés ha decidido cerrar el programa. Hace poco reveló que los resultados no fueron los esperados porque, en efecto, la gente se quedaba en casa jugando en la computadora. Lo que quizá no tomaron en cuenta los investigadores finlandeses es que uno de los principales estímulos del ser humano es precisamente lo que pretendían combatir: la ansiedad.
Por eso, la renta universal básica no es una tontería. Hasta que los seres humanos consigan otra forma de afrontar el aterrizaje violento de las nuevas tecnologías y de la Inteligencia Artificial, habrá que seguir haciendo experimentos como el de Finlandia hasta dar con uno que funcione. Quizá el ser humano sin estímulos prefiera quedarse en casa jugando en el ordenador. Pero a este paso de implantación tecnológica, vamos a ser muchos los que vamos a pasar innumerables horas en casa enganchados al ordenador pero no por vagancia, sino porque las empresas ya no nos querrán como empleados. Ese, como diría el periodista económico Paul Mason, sí es un “motivo racional para el pánico”.