La idea de que «los trabajadores mayores quitan el empleo a los trabajadores jóvenes» está bastante más extendida de lo que se cree. La falacia de la «tarta fija del empleo» aparece hasta en los preámbulos de las leyes laborales, especialmente las de medidas urgentes contra el desempleo juvenil.
Como ejemplo palmario, en el preámbulo del Real Decreto-ley 28/2018, de 28 de diciembre, se dice textualmente «la habilitación legal para que los convenios colectivos puedan establecer una edad de jubilación obligatoria vinculada a objetivos de política de empleo se erige como un instrumento adecuado para impulsar el relevo generacional en el mercado de trabajo, dando solución, al menos en parte, a la acuciante situación del desempleo entre el colectivo de los menores de 30 años».
Nos encontramos ante un mito duro de roer compartido por los interlocutores sociales y por los legisladores, e incluso por alguna Ministra de Trabajo muy popular cuando dice: ”Incentivar la jubilación más allá de la edad legal, obviamente yo creo que entorpece la posibilidad de incorporar a los jóvenes”. La teoría de Díaz parte de la premisa de que el empleo es como un juego de sillas fijas, donde uno se levanta (lo despiden o se jubila) y otra persona ocupa su lugar. Sin embargo, parece que esa idea no se corresponde muy bien con la realidad, según muchos expertos
La idea de que el trabajo, de alguna manera, hay que repartirlo está muy arraigada en muchos trabajadores y la base del concepto es utilizada, curiosamente, desde espectros políticos totalmente opuestos. “Los partidos más de derechas lo usan para decir que los inmigrantes quitan trabajo a los nativos y los de más izquierda, que los mayores se los quitan a los jóvenes”, explica Ignacio Conde Ruiz. “Pero ambas ideas son erróneas. No hay una evidencia concluyente de que esto ocurra. Esta creencia tiene hasta un nombre propio: ‘la falacia del mercado laboral’”.
Los expertos son concluyentes sobre esa teoría; “Que venga una ministra de Trabajo a esgrimir la falacia de la tarta fija del empleo es una aberración”, sostiene José Antonio Herce, experto en pensiones. “Que nos enseñe los datos. Veamos si las empresas que despiden a mayores contratan a personas jóvenes. Se llevaría una sorpresa la ministra”, insiste Conde Ruiz. “Es como si el ministro de Ciencia se declarara terraplanista o el de Sanidad, antivacunas”, argumentaba Francisco Longo.
Es harto conocido que en las economías en las que mayor es la participación laboral de los trabajadores de edades avanzadas suele suceder también que es menor la tasa de paro de los jóvenes. Puede que las regulaciones salariales sobre antigüedad y despido no estén haciendo ningún favor a ese famoso «relevo generacional» al que se refieren tan a menudo las leyes de medidas urgentes contra el desempleo juvenil. Puro paternalismo, que crea no pocos problemas a las economías en su proceso de modernización, en detrimento del bienestar de quienes se quiere proteger.
Conviene recordar que la jubilación es un derecho, no una obligación. Para deshacerse de un trabajador senior hay dos figuras: el cese voluntario, incentivado o no, o implementado mediante un ERE; y el despido, que puede resultar improcedente con las consiguientes indemnizaciones a cargo del empleador.
La jubilación forzosa, que se practica desde siempre en los cuerpos de funcionarios, roza la inconstitucionalidad
El mercado de trabajo de una economía avanzada no es una tarta de tamaño determinado que hay que repartir, es más bien (o debería ser, si es una economía avanzada) una pastelería en la que se producen de continuo tartas de diferentes tamaños y sabores que se adaptan continuamente a los gustos y preferencias de los clientes, que son también dinámicas.
“La suposición de que existe un límite superior en el número de puestos de trabajo en una economía no tiene justificación teórica ni evidencia. De hecho, a medida que las economías se vuelven más complejas y crecen debido a la especialización, se crean puestos de trabajo adicionales.”
Pensar en los empleos como algo estático y no en continua evolución (aunque a veces pueda parecer lenta) no es nada nuevo. Ocurrió también cuando las mujeres empezaron a incorporarse al mercado laboral en el siglo XX. Entonces algunos vaticinaron que muchos hombres se quedarían sin su puesto: no habría para todos.
Nada de eso ocurrió. Lo que luego la evidencia demostró es que la llegada de dos sueldos a los hogares incrementó el poder adquisitivo de las familias, lo que se tradujo en una demanda de otros bienes y servicios que, a su vez, generaron más y nuevos puestos de trabajo.