¿Es hora de apostar por las pensiones?

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Teniendo en cuenta la evolución de los índices de natalidad a la baja, tasas de crecimiento vegetativo negativas y un balance de inmigración neta ligeramente positivo, el INE calcula para 2033 una cifra de mayores de 64 años superior al 25% de la población. Comparado con el 19,2% de octubre de este año es un incremento de casi el 40%.

Si pensamos en las implicaciones económicas de este posible devenir vital del país, resulta muy obvio que la presión sobre los sistemas de previsión social irá en aumento. El Banco de España, por ejemplo, calcula que la sobrecarga del sistema público en las próximas tres décadas equivaldrá a un aumento del gasto de entre el 1,5% y el 2% del PIB anual, o un 21% del PIB de 2050.

Mantener el sistema actual es caro. El gasto en pensiones supone el 10% del PIB y más del 40% de los presupuestos públicos. Tenemos una de las tasas de reemplazo (porcentaje de sus ingresos que mantiene un pensionista respecto a los que tenía cuando estaba activo) más altas de la Unión Europea. Si como se prevé en 2050 habrá más de 7 jubilados por cada 10 habitantes en edad de trabajar, la presión sobre los sistemas de previsión conforme nos vayamos acercando a esa fecha va a ser cada vez más insostenible.

La vía más evidente para amortiguar el problema la podría deducir un alumno de primaria: trabajar más años y cobrar menos pensión. Otras posibilidades conocidas son desincentivar el retiro anticipado, flexibilizar más el sistema para compatibilizar pensiones con trabajo, o ajustar edad de jubilación y prestaciones según la esperanza de vida. Parece también realista pensar que más tarde o más temprano habrá que descargar el sistema por la parte de sus gastos. 

Las soluciones concretas pueden ser difíciles de poner en práctica a nivel político. No hay que esperar que otorguen gran popularidad a quien las plantee. Su estudio no debe aplazarse demasiado: este próximo año 2019 se jubilan ya los primeros babyboomers y el problema será cada vez más visible.

La alternativa es no ­hacer nada, esperar que la inmigración, la imaginación o las colonias marcianas resuelvan el problema de forma espontánea. O bien darnos de bruces con la realidad y tener que implantar medidas más amargas: congelación de pensiones, reducción de las prestaciones y limitación en los criterios para ser perceptor. Menos para todos y todo para menos.

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