EN ESPAÑA NOS QUEDAMOS SIN NIÑOS

Nuestro país se encuentra inmerso en una trampa de baja fecundidad, inhibida por múltiples factores económicos, culturales, sociales e institucionales. El promedio de hijos por mujer ha pasado de 2,8 en 1975 a 1,2 en la actualidad

 

Los nacimientos comenzaron a disminuir porque, entre otras cosas, se morían menos niños. La transición demográfica se inició en los países desarrollados para difundirse después a escala planetaria. Su desenlace esperado era una fecundidad en torno a los dos hijos por mujer, aproximadamente el nivel del reemplazo generacional. La baja fecundidad se ha convertido en un fenómeno global.

 

Sin embargo, en las sociedades más desarrolladas el cambio demográfico no se detuvo, y en los países de altos ingresos la fecundidad ha terminado cayendo por debajo de los dos hijos por mujer.  España es uno de los ejemplos más paradigmáticos de esta nueva realidad.

 

Todas las cohortes de mujeres en España desde las nacidas en 1935, sin excepción, han tenido al terminar su vida fértil una descendencia final inferior a la de las cohortes precedentes.

 

En 1975 España tenía uno de los niveles de fecundidad más altos de toda Europa, con una tasa de fecundidad de 2,8 hijos por mujer. Desde 1976 hasta 1998 la fecundidad disminuyó de forma continua: en 1981 la tasa se situó por debajo de los 2,1; en 1993 cayó por debajo de los 1,3 hijos por mujer; en 1998 la tasa alcanzó el mínimo histórico de 1,13, nunca antes registrado. Es cierto que entre 1999 y 2008 la fecundidad se recuperó (hasta 1,4 hijos por mujer), pero se debió en gran medida a la contribución de las mujeres inmigrantes que tenían más hijos que las nativas, un efecto que no dura porque las inmigrantes alinean pronto su fecundidad con la de la población autóctona. Entre 2008 y 2019, durante la Gran Recesión, la fecundidad volvió a caer hasta los 1,23 hijos.

En los últimos 40 años la edad media a la maternidad subió en España más de cuatro años, desde los 28,2 años a los 32,3. En 2020, la edad media a la que las mujeres tuvieron su primer hijo fue a los 31,2 años.

 

La pérdida de población puede provocar escasez de mano de obra y hace asomar la amenaza del estancamiento económico; la aceleración del envejecimiento puede requerir dolorosos ajustes en los mercados de trabajo y en los sistemas de la seguridad social, la salud pública y los cuidados a dependientes.

Motivaciones ideológicas y religiosas aparte, muchas de estas repercusiones son lesivas para la utilidad pública e indeseables para el bienestar de los individuos

 

Tener muchos hijos es inconveniente cuando los costes en tiempo y dinero de la crianza son altos y los padres tienen que elegir entre cantidad y calidad de los niños, cuando se disparan los costes de oportunidad de la maternidad para unas mujeres cada vez más educadas y con cada vez mejores perspectivas de carrera profesional. Por si todo eso no bastara, poderosos factores como el individualismo, y el hedonismo han contribuido también a perfilar las desventajas no necesariamente o no sólo económicas de la reproducción y a restarle interés como proyecto vital.

 

La incertidumbre económica que acompaña al comienzo de las carreras profesionales de los jóvenes adultos y que en buena medida viene dada por ciertas características del mercado laboral como las altas tasas de desempleo y la inestabilidad de los primeros trabajos. También los conflictos entre vida familiar y carrera profesional que experimentan las mujeres en mercados laborales con una gran presencia femenina están mal adaptadas a las nuevas familias con ambos progenitores trabajando.

 

También se ha extendido la idea de que la atención parental intensiva es crucial para el desarrollo de los hijos, lo que aumenta decisivamente los costes financieros y temporales de criar niños en un país en el que las políticas públicas de apoyo a la familia no destacan por su generosidad: el gasto público en prestaciones familiares es muy escaso en España en comparación con el de otros países europeos.

 

La evidencia sobre el alcance de los permisos de maternidad y paternidad es ambigua dependiendo de su tipo y duración, así como de la cuantía de las compensaciones. Más efectividad han demostrado, al parecer, las medidas orientadas a mejorar la provisión pública de cuidados infantiles, incluyendo la escolarización temprana por debajo de los tres años.

 

En suma, empujada a la baja por una maraña de factores de índole muy diversa, la fecundidad ha caído en España en una intrincada trampa de la que, a juzgar por lo sucedido en las últimas décadas, va a ser muy difícil escapar. Además, el éxito de importar medidas que se han demostrado útiles en un país en modo alguno está garantizado.

 

Mirando hacia el futuro, no se vislumbra un panorama halagüeño.

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