Cuanto menos capaz es el político, más egoísta y narcisista es” (Richard Sennett)
AHORA MISMO: LA SUBIDA DE LA PRIMA DE RIESGO Y LA INFLACIÓN: ¿EL ÚLTIMO VERANO?
Estamos entrando en una zona económicamente borrosa. Esta semana la prima de riesgo en los países del sur de Europa, entre ellos España, se disparaba después de que el Banco Central Europeo (BCE) anunciara que dejaría de comprar deuda. Recordemos también que en el 2020 prácticamente toda la deuda de España la compró el BCE.
La prima de riesgo es la diferencia que existe entre lo que se ha de pagar por que te compren deuda y lo que paga Alemania por lo que te compran de deuda a 10 años. El bono del país germano se alza como “referente” porque es una potencia económica sólida, potente y estable. Países del sur de la eurozona como España, Italia, Grecia y Portugal, tienen que pagar más por la deuda soberana que se les compre. Los inversores, teniendo en cuenta que el BCE va a dejar de comprar deuda, le dicen a algunos países que no confían en cómo están por su déficit público ni por su situación económica.
En relación con la demanda sería bueno que todos dejáramos de consumir de todo y en relación con la oferta las decisiones que se deben tomar no son políticamente correctas, pues en 2023 hay elecciones y eso juega en contra esas medidas. Así la bajada de la inflación será “lenta”, como señala el Banco de España, que la cifra en torno al 5% para el próximo año.
La economía familiar durante este verano es un “carpe diem”: la gran parte de la población no quiere pensar en lo que ocurrirá en tres meses, estamos ante el último verano. Las familias están destinando sus ahorros durante la pandemia al incremento de precios y a llenar bares, restaurantes, carreteras y playas, una situación que va precisamente en contra de la rebaja de la inflación. Pero hay que reconocer que ya no somos “ciudadanos” sino “consumidores”
LA CRISIS DEL ESTADO DE BIENESTAR
El capitalismo inventó la clase media porque la necesitaba como consumidor y el neoliberalismo la está dejando morir porque ya no la necesita. Es preciso que la sociedad civil recupere la representación colectiva en este mundo en el que las empresas dominan y nos dejan aislados
La globalización ha fracasado para la mayoría, no para la élite pues no ha traído muchos beneficios a grandes masas de población como se prometió. La pandemia y el cambio climático están mostrando lo desigual que es la distribución de los recursos. Siempre fue así, pero vemos nuevas formas de desigualdad.
Con la clase media empobrecida, el papel de transformación que ejercían algunos partidos políticos se ha desvanecido. Los contratos de corto plazo tienen un efecto corrosivo, te dejan aislado. Lo que debemos estudiar es cómo podemos construir instituciones colectivas que aborden problemas básicos como saltar de un trabajo a otro, eso ya no le preocupa a ningún empleador. Debe haber instituciones colectivas, una sociedad civil, pero no los partidos políticos, eso no funciona, necesitamos instrumentos colectivos que ayuden a ese proceso de tener una carrera más allá de estar atrapado en una relación de adversario con tu empresa. La empresa está hueca en este régimen liberal. Es cuestión de organización social.
Si vas a un partido “progresista” o a un “sindicato de clase” y le dices: has perdido mi trabajo, o que tienes un trabajo de dos horas y debes dejar a tu hijo para hacerlo, que es un problema real de la gente, ¿qué te van a decir? Esos son los problemas reales. Los partidos y los gobiernos ya no piensan en nosotros, lo que es terrible. Cuanto menos capaces son quienes se meten en política, más egoístas y narcisistas son.
El Estado de bienestar ha fracasado pues no está proveyendo bienestar. En algunos lugares funciona, como en los países escandinavos. No funciona que por un lado tengas derecho a una pensión, pero no sepas qué vas a hacer el mes que viene. Ambas cosas no conviven. Necesitamos bienestar, nuevas instituciones para que sea posible.
En nuestra mi generación nunca previmos que el Estado de bienestar iba a ser tan débil o que iba a haber tal falta de trabajo seguro. Lo que se ha roto es la noción de que la vida es una narrativa pero basada en una estructura económica y social. Tal vez ahora ya no exista esa expectativa y la cuestión es cómo construir algo que perdure y no derroche lo que saben. Hay una enorme pérdida, un derroche de talento cuando la empresa solo quiere y usa lo que necesita de la persona. Los jóvenes no pueden convertirse solo en poseedores de una determinada capacidad. Ese es el desafío, existe la tentación derrotista de pensar que todo se ha ido al infierno, pero no, el desafío es encontrar reemplazo a esa narrativa institucional que nuestra generación vivió como algo natural y esperado.
Lo cierto es que antes de la primera guerra mundial el gasto público en protección social en los países de la OCDE apenas representaba un 0,5-1% del PIB, mientras que en la actualidad supera el 20% del PIB (el 25% en el caso de España). En España, como en el resto de Europa, a lo largo del siglo XX se produjo la transición de un régimen tradicional, de bajo gasto social, aun régimen moderno, de alto gasto social.
Evolución del gasto social público en España
1850 – 2000 (% del PIB)
Los ciudadanos (“consumidores”) de las sociedades desarrolladas debemos entender que todas esas promesas asociadas al Estado del Bienestar (pensiones, sanidad, y educación principalmente) no se pueden cumplir. Vivimos demasiado tiempo para poder pagar pensiones y sanidad y además educar a nuestros hijos es demasiado costoso para que el Estado se haga cargo de la cuenta. Y lo peor es que no le podemos echar la culpa a nadie sino a nosotros mismos por haber creído unas promesas que eran tan hermosas.
Para dar este crucial paso sería deseable que las discusiones políticas fueran más económicas y con menos carga ideológica (casi religiosa) algo impensable en estas nuestras democracias modernas. Es mucho más rentable (políticamente hablando) decir que el problema es el gobierno que sentarme con él a solucionarlo. Pero también es verdad que este gobierno no tiene la culpa (ni lo tendría otro) de todas las promesas hechas en su nombre por gobiernos pasados. Por mucho que nos duela reconocerlo, un gobierno más comedido en el gasto tampoco hubiera podido cumplir esas promesas. Y esa es la verdadera crisis a la que nos enfrentamos: reconocernos a nosotros mismos que el estado del bienestar que nos hemos prometido también a nosotros mismos es, como poco, demasiado caro y debemos, como mínimo, reducirlo. Lo cierto es que ni el gobierno está por enumerar los problemas con voz alta y clara, ni la oposición está por la labor de ayudar en su solución, ni la población tiene oídos para aquellos que quieren poner los puntos sobre las íes. Es mucho más fácil realizar nuevas promesas y creerlas que reconocer y solucionar los problemas.
Y mientras cada día nos acercamos más a la bancarrota del Estado de Bienestar.